martes, 24 de noviembre de 2020

EPIGRAMAS

PUBLICADOS EN EL RASTRO DE VALENCIA


El tiempo se ha de masticar consciente,

para que así, evitemos flatulencias 

y no se nos escape por el culo.


La lengua, si se tiene sucia y larga,

como de a dos palmos y tabernaria,

no encaja bien en una boca honesta.

viernes, 20 de noviembre de 2020

EL RASTRO COMO FENÓMENO


Los fenómenos no tienen esencia,
pero lo parece, si proyectamos
emociones, sentimientos, conceptos…
cuando interactuamos con los sentidos,

y del apego, emergen los fantasmas.
Por ejemplo, El Rastro no es un espacio
sólido, aunque flotara a la deriva,
por la ciudad, “com cagallò per sèquia”.

Siempre, en todos sus arrinconamientos,
para unos era, la isla del tesoro;
para otros, un fuerte dolor de muelas.

Si todo es una ilusión de la mente,
hasta encima la cabeza un tiñoso,
está garantizada su sinergia.

viernes, 30 de octubre de 2020

RESUMIENDO


Siempre a mano la petaca
“El Bambú” y “ el cuarterón;
el coñac de “garrafón”
en aquella España opaca.

Como era guarnicionero,
las heridas se cosía.
Mi padre, me lo decía:
así se cura el obrero.

Tomé conciencia de clase
y dejé de ir a la escuela.
Tomé clases de curdela.
Fui militante de base.

El arbitro se dio cuenta
y pitó fuera de juego.
Yo me libré del talego
y los míos de la afrenta.

De mayor, fui al cirujano
a curarme las heridas
de las batallas perdidas 
en el continente urbano.

Crucé un río, y en la orilla,
me mantuve esclavizado
por dormirme encadenado
a mi propia pesadilla.

Lágrimas que humedecían 
el filtro del cigarrillo.
Llorando como un chiquillo
los buitres se me comían.

No pensé que llegaría.
“La vida te da sorpresas”.
Renace de las pavesas.
¡Me quemó la epifanía!

No voy a cambiar el mundo.
Lo que quiero es abrazarlo,
comprenderlo y no mancharlo:
está el pobre moribundo.

Lo que tengo de santón,
lo tiro por el retrete.
Ni corbata ni bonete,
ni peto en mi corazón.

Un nido de pajarillos,
apostado en mi ventana,
me anuncia cada mañana,
que mude de calzoncillos.

Por la ventana mirando,
veo el sol cuando amanece.
La luz que me pertenece,
con mi karma estoy pagando.

Me paso horas contemplando
y otras tantas escribiendo;
de aquí allá, yendo y viniendo
sobre una nube volando.

La certeza de la nada
que tengo bajo mis pies,
descarga, antes o después,
energía acumulada.

Juro por los siete dientes
del cráneo de Cervantes,
que somos los inmigrantes
uno de los ingredientes

para hacer el estofao
con el que todos comemos.
Nos tienen miedo los memos
y algún que otro desnucao

que se aferra con cinismo.
Lo bueno es, que no lo sabe,
que hasta que no se le acabe,
come mierda en el abismo.

Con un poco de paciencia,
dejo que el amor me eduque,
para que no me desnuque
ya perdida la inocencia.

Mi familia cogió un tren.
De mi tierra no me olvido;
del aroma del olivo:
soy de Linares, Jaén.

sábado, 24 de octubre de 2020

Un guiso masticable y digerible

De mi huerto personal,

escojo los ingredientes

para lo que cuento cuando escribo.

Los mezclo con café y nicotina.

Los macero con las teclas del ordenador.

Les doy vueltas en la olla

mientras todo esto se cocina.

Y aunque no soy del todo cocinero,

mi anhelo es, servir en el comedor,

a los pacientes comensales,

un guiso masticable y digerible:

donde todo es verdad como mentira;

bautizo como entierro;

promiscuo sueño como notoria vigilia 

miércoles, 14 de octubre de 2020

SONETO PARA UNA TARDE SIN SIESTA


Mi cabeza reposa en la almohada.

La mirada, en las sombras que proyecta 

la angustia en la lámpara del techo.

No tengo escapatoria, he de escribir.


Las palabras que vuelco sobre el papel, 

no son solo conceptos abstractos,

sino uñas, vísceras, carne, huesos, piel…

la huella de un hombre abrazado al silencio,


porque yo, soledad, te tengo apego.

Tu mala reputación no me asusta.

No reniego de ti cuando apareces,


como has hecho hoy, a la hora de la siesta. 

Ya que estoy desvelado, en tanto escribo,

escucho a dúo el canto de las tórtolas

viernes, 9 de octubre de 2020

SONETO Y PUNTO FINAL


 Renuncio del hospicio venerado

con “vanidad y orgullo intelectual”.

“De aquella leprosería moral”,

estoy, medianamente avergonzado.


Porque ya he crecido lo suficiente, 

apostato de mi fe agitadora;

libero los eslabones, que otrora,

en perpetua, encadenaban mi mente.


Por fin, de mi Alma Mater me desteto.

No me nace ningún resentimiento,

y ninguna que otra emoción mi alma alienta.


Pongo punto final a este soneto,

de treinta y cinco años, a fuego lento,

cociéndose sin que me diera cuenta.



NOTA,

Los versos entrecomillados corresponden a diálogos de dos películas; el primero, a “El nombre de la rosa; y el segundo, a “Al borde del suicidio”

domingo, 4 de octubre de 2020

SONETO

Silencio. Escucho el mar que viene y va. 

Es quien canta cuando estoy en la orilla.

Calma, marejada o marejadilla,

los vientos le dan musicalidad.

 

Cuando es poniente, transmite sosiego;

notas largas con un preludio andante;

rizos de espuma blanca del levante,

conmueven tanto al sordo como al ciego.


Silencio. Miro el mar que sube y baja.

A su ritmo; las mareas puntuales; 

la alborada en un continuo sagrado.


Silencio, por los muertos que amortaja.

Sus mitos preparan los funerales.

Silencio, ahora es él quien ha enfermado

miércoles, 30 de septiembre de 2020

SONETO

Vivo con mis pares en la pobreza.

Con el rabo nos controla El Botero

y tanto el loco como el pordiosero,

por la caldera asoman la cabeza.


Yo, por asomar, lo hago hasta el pescuezo,

pues a nadie pienso pedir clemencia;

cumplo sin rechistar mi penitencia

y también en los fogones me cuezo.


¿Fue por esto, por lo otro o por aquello?

Fue por todo a la vez. Me escarmenté

y a nadie más condeno a padecer.


Yo fui mi juez, jurado y leguleyo

y a cambiar de hábitos me condené,

que todo no es: dormir, follar y comer

sábado, 26 de septiembre de 2020

SONETO

Necesitaría quinientas vidas

para comprenderme con la razón.

Tengo solo una, y la poca intuición

que tuve, en las experiencias vividas.


Poco a poco, lo que planté recojo.

No me quejo si es calma o tempestad,

porque a la síntesis de la verdad, 

no le importa si es cosecha o rastrojo


En la cola, los muertos van de blanco

como los pintores de brocha gorda.

Miro la luz dorada del ocaso;

 

mi culo en el frío pétreo de un banco;

de fondo escucho mi guitarra sorda

y a los mirlos con su nervioso paso

miércoles, 23 de septiembre de 2020

UN POEMA PEREZOSO

Se enreda en mi corazón

y hay que peinar cada sílaba.

Trenzar con mimo los versos:

se me ha vuelto caprichoso.

Contigo todo es más fácil.

Puedo incluso dedicarlos

a todo, a nada o a ti,                   

Soledad, que asiste al parto

de un poema perezoso 

jueves, 17 de septiembre de 2020

DE CAMINO

Corriente de arcano fluida

donde buscar el reposo.

Con solo billete de ida,

pasa el río de la vida

y a veces lo hace furioso. 


Otras, te abraza por nada,

como dándole una tregua

a la pena suspirada 

que en el rostro reflejada

se te ve desde una legua

martes, 8 de septiembre de 2020

CONSECUENCIAS

Un niño triste lloraba.
Nadie escuchó su lamento.
De mayor lloró por dentro
mientras por fuera rabiaba,

pidiendo auxilio en el pozo
de la desconfianza mísera
y la arrogancia pordiosera,
en un continuo sollozo.

Las palomas desde el borde,
con el guano calentaban
y hasta el cuello lo llenaban
de mierda inmisericorde.

Desde lo profundo, el eco
palidece en el camino;
su voz la apaga con vino
mojando el corazón seco

lunes, 7 de septiembre de 2020

EL REENCUENTRO

Son mis fotos, por más insignificantes,

gotas congeladas 

del río de la vida.

El reencuentro

con la mirada

cálida del corazón,

las hace volver al cauce

de los sentimientos;

a fluir derretidas

por el almanaque 

de la mente;

a permanecer vivas

en las paredes sobrias 

del presente

lunes, 31 de agosto de 2020

¿ESTÁS VIVO O MUERTO?

Si la sangre circula por el cuerpo;

la mierda rueda por los intestinos

y no en los capilares del cerebro;

no hacen falta galenos ni adivinos

para saber si uno está vivo o muerto

miércoles, 26 de agosto de 2020

DECLARACIÓN JURADA

DESDE LA SECCIÓN DE PERFUMERÍA

DECLARACIÓN JURADA

Por L’home rastre


Yo, JMA, de setenta y cinco años; de profesión, maestro ebanista que, después de jubilarme, fui a parar al Rastro de Valencia, juro, y que me muera si es mentira: que mi mujer, pulimentadora a muñequilla, y yo, en los dos por dos metros que teníamos asignados para ejercer la venta en Mestalla, siempre respetamos el horario de montaje, de siete a nueve, y nunca nos deslizamos ni un centímetro, a derecha e izquierda ni adelante ni atrás, porque a la hora de adquirir muebles para restaurar, constantemente, teníamos en cuenta, por un lado, nuestras habilidades adquiridas en los muchos años de oficio; y por otro, los medios de transporte y el espacio claramente delimitado con pintura verde, para la venta. Que la mucha estulticia y obscenidad que nos rodeaba nos superó y, al cabo de una década, nos escupió como lo hace un banco de piedra al rato de estar sentado en él; y que total, ya puestos, y para lo que nos queda de estar en el convento, afirmo y rubrico que, sin educación y respeto por las normas de convivencia, El Rastro de Valencia, “No es País para Viejos”. 


En Valencia, Abril de 2009

viernes, 21 de agosto de 2020

DEL CONTENEDOR AL ASCENSOR

DESDE LA SECCIÓN DE PERFUMERÍA

Por L'home rastre


Era coleccionista de gangas y cazador de incautos y vivía solo en un piso del Ensanche, a sus anchas: su mujer se fue a comprar tabaco y, su hijo, a estudiar ciencias ocultas (pero primero, tendría que encontrarlas). Cuando se jubiló, se compró un perro, ni muy grande ni muy pequeño, lo justo para no tener que recoger los excrementos con una pala o que pudiera tragárselo un sumidero. Con este precedente, elaboró un plan: ya tenía un perro, le añadió una gorra, ropa de andar por casa… Ah! y un bastón, que le haría las veces de gancho, por el extremo que se acopla a la mano, completaban las herramientas para el “modus operandi” que le proporcionaría seguridad para sus operaciones de comando: asaltar contenedores de basura con nocturnidad. El móvil, no era otro que, la envidia que le producía, cuando visitaba El Rastro de Valencia, de madrugada, al ver cómo unos infelices y analfabetos, eran los primeros en encontrar el tesoro y él, ya era, como mínimo, de segundo plato.    


Y como lo pensó lo hizo. La primera noche, salió a pasear al perro con las armas y el camuflaje, ad hoc, (parecía un “ninja” en technicolor) atacando al objetivo por los flancos, me explico: mientras que el perro le meaba la rueda al coche del vecino, él, tanteaba, con la punta del bastón (para despistar al enemigo que atrafagado caminaba por la acera) las bolsas de basura que la gente dejaba a ambos lados del contenedor. Así estuvo haciéndolo durante un mes. Como no tenía práctica, no acertaba ni una y, lo que es peor, veía cómo los profesionales, “del contenedor al consumidor”, hurgaban dentro de las bolsas que él descartaba y cómo afloraba el tesoro. Esto le enfureció y, aprovechando sus conocimientos en historia del arte, se acordó de las performances de Risto (el tío que le dio por envolver con lona y sogas lo que todos conocemos, y se ganaba la vida muy bien con esto) y le vino una idea a la cabeza. 


Dejó el bastón en casa (porque tirar, no tiraba nada) y el perro, se lo encasquetó a una prima solterona, y decidió presentar batalla de frente; o sea, levantando la tapa del contenedor, directamente, y palpando una por una, cada bolsa con las manos. Descartaba las flácidas en las que enseguida notaba el arroz y las clóchinas de la paella del domingo o las lentejas de los lunes, etcétera, y seleccionaba las que tenían aristas o cualquier forma geométrica, para abrirlas. Con esta táctica, las probabilidades de encontrar una limpieza jugosa, aumentaban, y disminuía el tiempo que invertía en la batida; en pocas palabras, se convirtió en un profesional; pero no “del contenedor al consumidor” sino “del contenedor al ascensor”.


Cada noche, subía a su casa con dos o tres bolsas, a las que solo él, al contenido, le asignaba un valor de cambio con plena convicción. Acumuló tanto, que desaparecieron los muebles de todas las habitaciones bajo las montañas de bolsas; solo quedaban pequeños valles, por los que transitaba, desde la entrada de la casa hasta el váter y a un trozo de cama, en la que cada noche, se acurrucaba hecho un ovillo; pero no dormía, en cambio, soñaba con que sus tesoros se les escapaban como el agua entre los dedos.    


Murió y nadie pudo hacerse cargo de la herencia: su ex-mujer, de la que no estaba divorciado, había dejado de fumar hacia unos años; y su hijo, buscando las ciencias ocultas, se ahogo en un cenote de la península del Yucatán. Solo, el Museo de Arte Contemporáneo, mostró algo de interés, por su contribución, a la “Poesía Fáctica”. 

domingo, 16 de agosto de 2020

viernes, 7 de agosto de 2020

SIN ÁNIMO DE OFENDER (Sobre la nueva ubicación de El Rastro de Valencia y la situación actual)

   No se puede hacer una valoración objetiva de la nueva ubicación de El Rastro de Valencia, en la medida que no alcancemos la normalidad plena en nuestras vidas cotidianas. Entre tanto, diré que, en la nueva ubicación falta algo, sí, y son: todos los vendedores sin licencia, que usurpaban más de la mitad del espacio, en el anterior emplazamiento de Mestalla.  

        El asalto de estos vendedores sin licencia, no ocurrió de la noche a la mañana, sino que, paulatinamente, se fueron incorporando por el procedimiento del “efecto llamada”. No fue tanto la falta de control y desidia burocrática para renovar y conceder nuevas licencias de venta, como la visión trasnochada que se tenía, en la administración anterior, de un mercado como El Rastro, lo que dio pábulo para que estos vendedores, camparan a sus anchas. 

        Así fue siempre el Rastro que conozco (en los diferentes emplazamientos que ha tenido) desde 1988, año en el que se intentó regular el mercado y se concedieron las primeras licencias, dentro de la nueva etapa democrática. Pero como he dicho antes, la visión que se tenía y que aún hoy persiste en la conciencia colectiva de funcionarios* y parte del público, en resumidas cuentas, es algo así como que: “si estáis aquí, será por algo”. Sin ningún tipo de distinción entre vendedores autorizados y no autorizados*. Como si se diera por sentado que, todo aquel que acaba vendiendo en El Rastro, es porque tiene que pagar alguna penitencia por los pecados cometidos en otra vida, y no lo miren desde el punto de vista de la justicia social; de la igualdad de oportunidades para abrirse paso en la vida: un tema que es mucho más complicado de atajar y para el que se necesita voluntad política y, hasta ahora, no se había tenido. 

        Y en cuanto al nuevo horario, que a muchos les ha pillado con el pie cambiado, tengo que recordarles que, cuando estuvimos en el aparcamiento de la calle Quevedo (lo que hoy es El MUVIN) desde el año 93 hasta el 97, del siglo pasado, el horario era el mismo que ahora se aplica porque era un recinto cerrado: de 7 a 9, montaje, y de 9 a 14 horas, venta al público. La única explicación que se me ocurre para que haya tanta fijación por este motivo es, la de que, los agraviados/as, o bien, pertenecen a otra generación y no habían nacido entonces; eran muy pequeños/as o, si eran lo suficientemente maduros/as, quizá estén padeciendo alguna enfermedad degenerativa del cerebro, que les impide recordar. Pero más bien creo que, en resumen, es lo primero que he expuesto aquí, lo que más les ha descompuesto. 


Notas.

        *“Conciencia colectiva de funcionarios”: me refiero a un virus que les ataca solo los domingos cuando van a trabajar y sufren pérdida de visión y movilidad transitoria.

        *“Vendedores no autorizados”: carecen de licencia de venta y compiten en igualdad de condiciones con los que sí la tienen; o sea, que son legales e ilegales a la vez (a mi, no me digan nada porque yo tampoco lo comprendo: debe de ser una paradoja cuántica).

domingo, 2 de agosto de 2020

EL TÍO DE LA LIMOSNA

DESDE LA SECCIÓN DE PERFUMERÍA

EL TÍO DE LA LIMOSNA 

Por L'home rastre

Me dio un billete de a quinientas, y me dijo: ten, cóbrate una limosna de a veinte duros y dame el cambio. Miré para otro lado, al desgaire, pero no se daba por aludido. Seguía sonriendo como un necio, con el billete en la mano, hasta que, por fin, el silencio le echó de mi paraeta. Le perdí de vista durante un tiempo que me supo a poco. 

La siguiente vez que le volví a ver fue, cuando al mercado solo le quedaba la broza de la cosecha, lista para espigolar. Y allí estaba él, tirado en el suelo entre la breña; con su vientre adiposo de burgués nacional católico, panza arriba, exhalaba su pútrido aliento suplicando a Saturno. Agitaba piernas y brazos pero no se podía incorporar, como la cucaracha de Kafka. Nadie movía un dedo en su auxilio, y yo, menos. Un operario de la limpieza, se encendió un cigarrillo y, apoyado en el parachoques del camión de la basura, esperó hasta que dejó de patalear.  

No hubo funeral ni misa de Réquiem en su memoria, sino jolgorio y brindis con desmesura, para celebrar que, El Tío de la Limosna, pasó a peor vida: en la que tenía que rascarse el bolsillo. Y es que, la transición fue dolorosa, para aquellos/as que tuvieron privilegios, sin merecerlos, en otra vidorra.

El Rastro de Valencia es un lugar cosmopolita y barato, cuando dejó de ser, una prolongación dominical, de misa de doce en La Catedral.

A GUSTO

DESDE LA SECCIÓN DE PERFUMERÍA

A GUSTO
      
Por L’home rastro

Agosto es el mes más corto para unos y el más largo para otros. En la segunda quincena, la ciudad se clarea y, en los rincones, aparecen las telarañas ocultas por la prisa. 

Cuando le vi, él supo que era yo y yo supe que era él. No habíamos cambiado nada porque viajamos en el tiempo a la misma velocidad. Empezó a contarme su vida por el final. He tenido cuatro micro infartos y un mini cáncer, me dijo. Pues yo, tengo un tomate crónico en cada calcetín, le contesté: no sabía qué decirle!.  

Habían transcurrido más de cuarenta años, y a pesar de vivir en distintos barrios de la misma ciudad, las probabilidades de coincidir, eran remotas porque no compartíamos ningún punto de encuentro ¿Luego entonces, fue un golpe de azar? No, más bien, no: fue Agosto y yo me quedé a gusto.  

jueves, 30 de julio de 2020

lunes, 27 de julio de 2020

DEMASIADO (ELOGIO DEL NUEVO RASTRO)

Demasiado digno: 
asusta a los que vienen a practicar caridad 
Demasiado vulnerable
para dejarlo en manos de la providencia y la misericordia
Demasiado ético
para la moral católica  
Demasiado pulcro
para el puerco
Demasiado simple
para ser cierto: por su encanto, se merece el reconocimiento 

jueves, 23 de julio de 2020

LAS CARTAS DE LA IMPERMANENCIA

     

Las probabilidades que tenemos de encontrar un tesoro en la basura o en un mercadillo, son de una, entre cientos o miles de cuantas veces levantamos la tapa de un contenedor, o acudimos de compras a un Rastro. 
Era un domingo del mes de Abril, y los cerezos florecían en el campo, cuando un compañero, busca tesoros en la basura, me trajo una bolsa repleta de cartas, procedentes de la ídem, para que yo las valorase y vendiera en el puesto que, por aquel entonces, yo tenía en El Rastro de Valencia. Formaban parte de la limpieza de un piso, en una calle, a tiro de piedra, de la antigua ubicación de El Rastro de Valencia, en Mestalla. 

Revisando aquel material, por encima, apareció el nombre de un conspicuo científico valenciano, de merecido reconocimiento nacional e internacional y a partir de este dato, se nos despertó el interés y, al poco, la codicia. Las retiré de la vista del público y me las llevé a casa.  

Tirando de internet, di con el personaje protagonista de aquella correspondencia. Se trataba de su esposa, científica como él, pero de menos reconocimiento, aún habiendo trabajado con un Premio Nóbel español. Era de nacionalidad estadounidense, en concreto, del estado en el que nació, no me acuerdo, aunque aparecía en todos los sobres. Hablo de esta mujer en pasado, porque falleció hace poco y la prensa se hizo eco, dado el parentesco que le unía al ínclito científico; pero cuando esto sucedió, aún vivía. Ella era dos o tres años mayor que su marido y ambos pasaban de los noventa. 

El supuesto tesoro, consistía, en una bolsa de gran tamaño, con abundantes cartas y los permisos de conducir de su padre y de su madre que, probablemente, corresponderían a la última renovación, ya que, las fotos, los representaban como un señor y una señora de unos setenta años. Aquello, me dio la impresión de, como si hubiesen hecho el gesto de abrir el cajón de un mueble y volcar su contenido, íntegro y sin ningún miramiento, en una bolsa reciclada. Las cartas no llegué a contarlas porque pensaba venderlas todas en un lote. Como estaban escritas en inglés, no entendíamos ni papa, excepto el encabezamiento, que siempre comenzaba con: “Dear mon and dad”.

El siguiente paso era, el de contactar, en El Rastro, con algunos clientes coleccionistas de documentos, mostrarles el material y, observar sus reacciones, como en una partida de poker, en la que mi socio y yo, íbamos de mano. Lo hicimos y no pasó nada. Tan solo uno, hizo el amago de apostar pero no quiso ver la postura que yo había dejado sobre el tapete. Y transcurrió un domingo, otro y otro y nadie apostaba para verme las cartas (nunca mejor dicho). Así que, cuando un domingo, volví a ver a la persona que mostró un poco de interés, le dije: ¿Cuánto te gastas? Tanto, me dijo, y le di con ellas en los morros (en sentido metafórico).      

Las cartas en cuestión, representaban el tesoro que nos correspondería por la ley de probabilidades. Pero al final, nos comimos una ful (a medias: éramos un equipo, no?) y apenas, repartimos unos cuantos euros para cada uno. Aquel tesoro no tenía valor de cambio, no; sin embargo, era de un valor incalculable para esta señora: no me cabe duda.  

Al año siguiente, por Abril, los cerezos volvieron a florecer.

domingo, 19 de julio de 2020

EL TRAPERO DIPLOMADO

Ay! Si me hubiesen dado un euro
por cada vez que he escuchado:
"de fora vindrán y de casa mos tirarán".
Me hubiera podido pagar, 
un máster o dos, o tal vez, un doctorado.
Pero no fue así, y a casa vuelvo, solo, 
con una diplomatura en latín… 
latón, cobre, bronce, aluminio,
hierro, trapos y papel…
y el corazón en su sitio

viernes, 17 de julio de 2020

UN CUENTO PINTIPARADO (Basado en hechos de a dos reales)

    
    
     Había una vez, un país tan pequeño, que solo se podía ver a través del telescopio Hubble. Sus habitantes y habitantas, eran también diminutos y diminutas para que cupieran en él. El sol, solo hacia su aparición, los domingos, el resto de la semana, se escondía; nadie sabía donde. Vivían todos en un valle angosto, hacinados porque el terreno era escarpado y sinuoso. Su única ocupación era, trabajar en las minas de pan duro, que abundaban en las montañas, lo que les proporcionaba, su principal fuente de ingresos: la exportación de esta preciada materia prima, de la cual, se extraía, en los países de destino, el pan rallado para rebozar los san jacobos. Hombres y mujeres, se afanaban en arrancarlo de las entrañas, (de la madre que las parió), con mucho esfuerzo, ya que carecían de alta tecnología.

Un domingo, el sol, en vez de salir por donde siempre lo hacia, la ventana del dormitorio, lo hizo por la ventana que daba al cuarto de baño, y pilló cagando a más de uno/a. Algunos/as creyeron que, el fin del mundo, acababa de empezar y no sabían qué hacer. Unos/as, exclamaban, en voz alta, !Qué hago! Y otros/as, decían: eso digo yo ¿Qué hago? ¿No sé, si comprarme una moto… o ponerle un manillar al váter? ¿Tú qué harías, buen hombre? Le preguntó uno/a, a otro/a, a lo que le respondió: ¡Y a mi qué me cuentas! Yo estaba con mi jefe, en la ópera, escuchando Rigoletto. Y continuó caminando atrafagado/a entre la multitud. 

  Así las cosas, algunos habitontos y habitontas, se reunieron en asamblea y elevaron sus conclusiones al Presidente de aquella minúscula República, quien a su vez, llamó a consulta, a su Primer Ministro, y éste, al de Ciencias Aplicadas, el cual, solamente, dijo: el eje de rotación de la tierra, se ha inclinado unas milésimas de milímetro. 
 
MORALEJA:

Este cuento, no tiene final, porque es, el de nunca acabar.

viernes, 10 de julio de 2020

EL MIEDO Y LA PRUDENCIA

El miedo es de dos vertientes:

ser cobardes o valientes.

Pelear como troyanos

o nos tiemblan cuerpo y manos

y tabletean los dientes.


En medio está la prudencia.

Sintetiza convivencia,

con valor y lo contrario:

es como un itinerario

que prueba la resistencia.

jueves, 9 de julio de 2020

JODER CON EL MIEDO!

El miedo es un alquitrán pegajoso.

No sirve, para la supervivencia,

cuando la ira se pega a la consciencia

y su juicio se vuelve caprichoso.


Del miedo brota un extracto adictivo.

Cuando no se usa como medicina,

se empapa el cuerpo con la adrenalina

y engancha como un chute compulsivo 


El miedo está ahí. Da y quita poder.

El psicópata vive acojonado,

aunque en apariencia, le importe un pedo


a cuantos seres tenga que joder.

Con el hábito, se ha acostumbrado,

y, jodiendo, es como se quita el miedo.


viernes, 26 de junio de 2020

EN UN PISO MÁS ABAJO



En un piso más abajo,

hay un nido y un polluelo,

que por equis, bocabajo,

a la de tres cae de cuajo:

sobre su cabeza, el cielo.


De donde baja la madre.

Un pajarillo con pena.

La misma que tiene el padre.

Sin salirse del encuadre

los tres caben en la escena:


dos pajarillos que pían

y uno que yace silente.

Con el pico lo movían.

Ver como lo repetían

resultaba deprimente.


En su ciclo natural,

la tierra es su sepultura

porque nadie es inmortal;

pero aquí, en la capital,

fue a parar a la basura

sábado, 20 de junio de 2020

SUEÑO RECURRENTE

      

    Mi vida, en retrospectiva, no ha sido como la de la mayoría de la gente: no he cumplido con ninguno de los mandamientos que la sociedad demanda, (a cambio de obtener, seguridad material... y miseria afectiva en la vejez tardía). Acabo de cumplir sesenta y cinco años, y me dispongo a solicitar la prestación no contributiva, a la que todo ciudadano tiene derecho en una sociedad desarrollada, a la que llaman: “Estado de Bienestar”.

    Observo que, al disminuir la energía mental que hasta ahora derrochaba en atender los deseos que me estacaban, veo las cosas con más tolerancia, hacia mi mismo y hacia los demás; con más plasticidad, se podría decir. Por este motivo, llego a la conclusión de que, no me puedo quejar ni adjuntar ningún reproche a nadie ni a nada, porque he vivido disfrutando de libertad, en mayor grado, que cualquier otro ciudadano en igualdad de condiciones y, sin anteponer mi egoísmo, más allá de lo que los demás me hayan podido dejar hacerlo, tal vez, porque los estigmas de la pobreza, siempre me han acompañado: visto mal; no voy a la peluquería y soy retraído al contacto con otros que no formen parte de mi círculo de inadaptados. Así, pues, a pocos puedo engañar, manipular, etcétera.

    Apenas, a lo largo de toda mi vida, he salido de esta ciudad, en la que vivo junto a ochocientos mil habitantes más, donde por la noche, nadie ve las estrellas en el cielo. Yo, solo veo la luna, algún planeta y las luces de los aviones, que vuelan bajo, rumbo al aeropuerto, porque me fijo desde mi ventana. Pero puedo ir a ver el mar, si quisiera, donde hay estrellas que nacen desde el horizonte.

    No echo de menos la naturaleza que rodeaba el pueblo del cual emigramos toda la familia, ni nada de aquel pasado remoto: en cada instante del presente, está concentrado todo mi pasado y futuro.

    No he sacrificado mi dignidad, (o por lo menos, no tanto), en el sentido que se nos exige como consumidores, como tampoco he recibido ninguna compensación material, que no fuera otra, que aquella que me ofrecían los contenedores de basura y los estercoleros, (que son como minas de exquisito pan duro) y su posterior venta en El Rastro de Valencia, al que considero, “Mi Alma Mater”, porque me ha estimulado lo suficiente, como para despertar en mi, el adecuado interés por explorar la realidad y, porque es un punto de encuentro cosmopolita y barato. No por haberme dedicado a esta actividad marginal, (la cual no es delito ni falta) me considero ni menos ni más inteligente que la media, o más o menos indigno, en el concepto más amplio de la palabra, o como lo prefieran.

    A lo largo de los últimos treinta y cinco años de mi vida, quizá porque los he vivido día a día, y no como si el mundo se fuera a acabar en un día, creo que, por ese motivo, tengo miles de horas acumuladas de vida plena; aprovechada; consciente. Puede que, el que yo diga esto, resulte paradójico; difícil de entender, por decir algo, viniendo de quien viene; pero, dar más explicaciones, podría parecer que me estoy yendo por las ramas, cuando en realidad, (ustedes pueden pensar) lo que soy, es un golfo. No pasa nada. Yo también llegaría a la misma conclusión; siempre sospecharía (si  tuviera instalado en mi cabeza, un programa predeterminado de prejuicios). 

    ¿Por qué digo todo esto? Porque estoy cansado de vivir. Tres mil quinientos millones de años, son muchos años, y en los últimos, tanta obscenidad me supera y confieso haber pensado en el suicidio. Incluso, creía que este era mi destino (si antes no se adelantaba el cáncer, o la catástrofe nuclear y/o ambiental) y en esos intervalos de mi vida, era cuando se reproducían los sueños recurrentes y el mensaje y, he de añadir también, que la enseñanza, entre paréntesis.

    Aparentemente, los sueños no tenían nada de particular, excepto que, los personajes con los que soñaba, me han querido y nos hemos reído juntos muchas veces. En el sueño se mostraban satisfechos y felices. En ámbitos diferentes, pero siempre había algo en común con los momentos que compartimos. Cuanto apenas, podía identificar el entorno distorsionado por la ausencia de conciencia. Sus caras y cuerpos, idealizados, eran como recién esculpidos en la cantera del tiempo, y una sensación de plenitud, envolvía las secuencias. Pero no podía tocarles y siempre había un lugar al que no me dejaban que les acompañara. Cuando despertaba, con el recuerdo vívido y todavía somnoliento, permanecía perplejo durante un rato, hasta que caía en la cuenta de que, todos están muertos. No obstante, una sensación de paz y lo contrario, al recordarlos, perduraba hasta después de cuando me calentaba la leche en el microondas.

    Y así, una y otra vez. Hasta que un día, meditando, practicando sinceridad interna, visualicé las alternativas que tenía a mi alcance, para llevar a cabo el disparate, con relativo éxito (siempre hay que contar con el azar). Las repasé una por una: defenestrarme; arrojarme a las vías del tren; envenenarme con relajantes musculares; ahorcamiento, etcétera, y me di cuenta de que, llegado el momento, no tendría la valentía suficiente para desapegarme de la vida. Entonces, llegué a la conclusión de que, aquellos arrebatos, no eran otra cosa que, manifestaciones de mi arrogancia moral e intelectual, cosas de las que uno, tampoco se desapega, así como así: siempre hay que estar atentos, observarla.

    Fue entonces, cuando tomé la determinación de que, ya que estoy aquí, voy a quedarme a ver lo que pasa. Y comprendí, que la próxima vez, no seré yo quien los evoque. Vendrán ellos a buscarme, estoy seguro porque así son las cosas; me tomarán de la mano y me enseñarán ese lugar que, hasta este momento, me tienen prohibido transitar. Mientras que, en mi cama, solo quedará: una baja en El Ocaso; otra en Vodafone; y otra, en el estanco. 

jueves, 11 de junio de 2020

LAS DOS LIBRETAS



     Por aquel entonces, tomaba café a diario en un bar al oeste del polígono de viviendas sociales, en el cual vivo desde tiempos “desmemoriables”. Lo que pasó aquel día, se me olvidó, pero ahora que me estoy recuperando de mi amnesia, me viene a la cabeza. 

Yo estaba sentado frente a la barra, tomándome el café que, el camarero e hijo del dueño, servía, moliéndolo en el punto óptimo y poniendo la carga justa en la cazoleta. Además, salaba la cafetera, por lo menos, una vez cada quince días. En resumen, era pulcro y diligente, con lo cual, ganábamos los dos: él, el reconocimiento, por mi parte, de su maestría como barman; y yo... no me iba de vareta. Por eso se convirtió en mi bar favorito. Ah, y también, porque leía el periódico de gorra.

En la máquina tragaperras, estaba jugando, o más bien, peleándose, puesto que no paraba de arrearle mandobles a los pulsadores, un hombrecillo, menudo, con barba de quince días, que pasaba de los sesenta y con graves problemas respiratorios desde que lo conocía. Era parroquiano, y de los buenos. Religiosamente, el veinticinco de cada mes, donaba la paguilla, integra, a LA FUNDACIÓN CODERE, para contribuir en la construcción de una catedral, en la que pretenden enterrar, un su cripta, a los santos inocentes que nacen para palmar. Y de paso, con sus donativos, cooperaba en los gastos de mantenimiento del local. No sé por qué, pero aquel día, me llamó la atención, el hecho de que aquel hombre, en una de sus muñecas, tenía el precinto que te ponen en los hospitales cuando ingresas, y aún conservaba la vía sujeta con esparadrapo en el dorso de la mano izquierda.  

Serían las doce de la mañana, más o menos, porque en la mesa donde se jugaba la partida de dominó, estaba completa y las dos parejas que se enfrentaban (la mayoría de las veces, eran los mismos que desperdiciaban su tiempo de adultos con responsabilidades) todavía estaban en fase de precalentamiento; golpeando las fichas contra la mesa, con relativa animosidad y sus voces eran murmullos, hasta que entró el padre del camarero, se sentó donde siempre lo hacía, junto a la ventana, y, con un tono cauto pero contundente, le dijo a su hijo (mientras éste le preparaba un cortado): a ver, Tonín, enséñame las dos libretas: la de los “caballeros” y la de los “piruleros”, subrayando con mucha socarronería, lo de caballeros y piruleros. 

A partir de ese momento, las voces de los jugadores de dominó, se convirtió en una algarabía subida de tono, y empezaron a aporrear las fichas sobre la mesa. El hombrecillo de la tragaperras, comenzó a golpear los pulsadores como si estuviera interpretando una sonata de Beethoven. Yo, que me encontraba a escasos dos metros del “papa”, tenía el periódico extendido sobre la barra, pero de pronto, (no sé por qué)  lo cogí con ambas manos y me lo llevé a la cara, como si fuera un miope sin gafas. Con el rabillo del ojo izquierdo, vi, como Tonín, le ponía sobre el mostrador, las dos libretas. Éstas, eran pequeñas; formato estándar. Una era más delgada que la otra. La más gruesa, pese a que eran iguales, se debía al intenso sobeteo a la que era sometida, por los diferentes recursos que le interponían, a la hora de hacer frente a la deuda, los inscritos en ella. El padre les echó un vistazo y no dijo nada. 

Por lo que a mí respecta, mi deuda acumulada, de lunes a sábado, ascendía siempre, al importe de un café con leche y uno solo, que, como un neurótico, tomaba a diario acompañados de altas dosis de nicotina (y al desgaste del periódico). Excepto, cuando Vicente me pillaba por banda (que era de vez en cuando) con gusto, accedía a su petición de invitarle a un café con leche, y, por supuesto, también quedaba reflejado en el debe de no sé qué libreta. Lo cierto es, que no podía negarme a su petición. Cuando Vicente entraba por la puerta, se acercaba hacía mí, y con apenas un susurro, decía: me invitas a un café con leche. Siempre le respondía que sí y entonces, se frotaba las manos y sonreía. Su sonrisa era como el piar de un gorrión agradecido. Tonín, ponle un café con leche a Vicente, que era lo que Tonín esperaba oírme decir, como siempre (en honor a la verdad, en ese momento, no le estaba invitando yo, sino Tonín). Nada más terminaba de ponérselo, en un santiamén, el café con leche desaparecía del vaso. Lo engullía con avidez canina y, emitiendo chasquidos de satisfacción con la lengua, decía: ¡Ahhh, qué bueno está!. Los únicos restos que quedaban del café con leche eran, un cerco sobre el labio superior, que lo limpiaba con la mano o, con una de las mangas del jersey, dependiendo de que fuera verano o invierno. Cuando veía a Vicente por la calle, caminaba con los brazos cruzados, apretados fuertemente sobre su pecho; el paso lento; encorvado y la mirada perdida al frente. Unas veces, en su conmovedor diálogo interior, se reía con ganas; y otras, con el rostro crispado y los puños cerrados, colérico, gritaba: ¡Hijos de putaaa! ¡Un cerro mierda! Como una fiera acorralada. 
Al día siguiente, entré como siempre al bar. El café ya lo tenía preparado sobre la barra junto al periódico. Noté que algo no iba bien y me dio un barrunto. Tonín ¿Qué ha pasado? Le pregunté. El padre de Vicentín (que era el hombre que estaba jugando en la máquina tragaperras el día anterior) se tiró ayer tarde por la ventana y ha fallecido, me dijo. Se escapó del hospital, por la mañana, y a última hora de la tarde, se interrumpió e hizo un gesto con la mano, como de zambullirse, y emitió un silbido. El día anterior ya lo había intentado, apostilló. 
Y así quedó la cosa, que yo recuerde. 
        
                                          EPÍLOGO

Vicentín, no es el diminutivo de Vicente, el hombre del que he hecho una reseña anteriormente. Vicentín era joven, pero sí como él, “una mina de ternura”, al que el aislamiento, como a Vicente, (un hombre maduro, casado y con familia) no tanto por mala fe como por ignorancia del entorno, también le hacían sentirse como un cachorro, en medio de un río, rodeado de cocodrilos. Ahora, viven los dos en una Arcadia de no sé en qué pueblo de la provincia.

Siempre nos quedará la duda (¿Razonable?) de en qué libreta podíamos estar todos los que nos dimos por aludidos aquel día, porque, al poco tiempo, el padre de Tonín, falleció de metástasis y aquello quedó como un secreto familiar (o de Estado, según se mire). Aunque, ahora que lo pienso, lo de caballeros y piruleros, no tiene el por qué tener mayor importancia, al fin y al cabo, son como el yin y el yan y todo es impermanente.  

Por mi parte, todos los lunes le decía a Tonín: ¿Qué te debo?. Él miraba la libreta en la que yo estaba apuntado, de espaldas a mí, arrancaba la hoja y me la presentaba diciéndome el importe; yo, pagaba y me iba a tomar el sol. Pero ahora, con el paso del tiempo, me viene a la cabeza el dicho aquel, que dice: “Las cadenas siempre se rompen por los eslabones más débiles”. Y me pregunto ¿Cuál es el umbral de sufrimiento, que cada uno puede soportar, antes de saltar por la ventana o volverse loco? No sé, ahí lo dejo. 

miércoles, 3 de junio de 2020

NO SE NADA DE ESE AMOR...


Puedo cantar como un grillo

una noche de calor;

no se nada de ese amor

de princesa en su castillo.


Mermelada de poetas;

suspiros de vanidad,

pues yo, en mi animalidad,

solo veo culo y tetas.


No por esto discrimino.

A ofenderles no me atrevo,

por lo mucho que le debo,

al género femenino.


Lo digo con reverencia.

Beso el suelo y acaricio

su histórico sacrificio

y su épica resistencia.


Como un faraón crecí

de mujeres rodeado.

Tutankamón a mi lado,

por poco, me gana a mí.


Bajo la capa de ozono

bondad, verdad y belleza

por no ser naturaleza

no se unen con el carbono.


Su presencia es per sécula...

Flotan en el universo:

¿Quiere el poeta, en el verso,

componer una molécula?


En su máxima expresión,

ese amor que se sublima

y que a ningún ser lastima,

se resume en compasión.


sábado, 30 de mayo de 2020

AMIC MEU

Pan duro de la mina, ahora eres blando,

porque se ha puesto a llover y no es domingo;

tú y yo, sabemos de lo que estoy hablando


martes, 26 de mayo de 2020

UN GESTO KAFKIANO


Para abrir una latilla

de conserva,

hay que tirar de la anilla.

Si se observa,


el gesto, es como el de armar

una granada de mano.

Si te pones a pensar,

no deja de ser kafkiano:


el primero, mata el hambre

de inmediato;

el segundo, mata al hombre

y es barato

domingo, 24 de mayo de 2020

El LOCO Y EL CIEGO (Mayo 2020)

La ciudad está en cuarentena.

Las huellas humanas, se han reducido a su mínima expresión.

Un virus, gorrón, merodea para apalancarse en nuestras células.

Las tórtolas no vuelan, parsimoniosas, pasean.

Por las grietas de las aceras y el asfalto,

respira la naturaleza latente

y proyecta sus verdes antenas,

que nos parecen extraterrestres.

Las hiervas de los alcorques y setos,

han crecido tanto, que le dan un aire a sotobosque.

El loco mira por la ventana de un cuarto piso subvencionado,

y sus ojos resplandecen.

En voz alta, conversa con el paisaje;

es el único que mira, ve y ríe inopinadamente.

Un ciego, desde la calle, le oye y detiene la marcha

para escuchar su discurso, a simple vista, oscuro, disperso le parece.

¿Cómo puede juzgar, si no ve lo que el loco siente?

miércoles, 20 de mayo de 2020

MI GATO Y MINERVA


El vacío de esperanza,

junto al nihilismo obsceno,

me ilustraron.

Con poca o nula confianza

y una úlcera de duodeno,

me olvidaron.


No todos, menos mi gato,

que aunque adusto, compañero

libertario.

De los dos, el más sensato;

él, un tigre, y yo, un trapero,

no anticuario.


No hay páseme usted el río

nos dicen cuando nos quieren,

y olvidamos.

Llega uno, otro desafío...

y solo cuando se mueren,

recordamos.


Evitando el compromiso,

siempre pude escabullirme,

cuestionado;

toda la vida indeciso,

sin embargo, en redimirme

no he dudado.


No me hace ninguna gracia

oír que la banda toca

generala;

a veces, la democracia,

(si muere el pez por la boca)

nos iguala.


De los pechos de Minerva,

mamamos: verdad, belleza,

tolerancia;

la bondad que atenta observa,

donde termina y empieza,

la ignorancia.


Transmitir un pensamiento,

solo requiere palabras:

te conciencio;

sin embargo, un sentimiento,

con el rostro te lo labras

en silencio.


Mucho esfuerzo no requiere.

Del corazón nace el gesto

inconsciente.

Déjalo que se libere!;

sin censura, deja expuesto

lo que cuente.





miércoles, 13 de mayo de 2020

MAYO, 2020


He visto la luna llena de mayo; florecer los árboles en abril y en marzo, despedirme sin un abrazo. ¿Y si todo acabara como el despertar de un sueño reparador? Se levanta uno como nuevo. Con pensamientos positivos que van y vienen del corazón a la cabeza y una sola determinación: hoy no voy a enfadarme.

viernes, 8 de mayo de 2020

CONJETURA CUÁNTICA


Tengo en casa un mausoleo

donde los libros descansan.

Tienen una virtud cuántica:

reviven cuando los leo

martes, 28 de abril de 2020

MI GATO ES MUY SUYO


Mi gato es muy suyo.
En otra vida fue tigre, guepardo, etcétera.
Por eso, me mira como diciendo:
¿Qué hace este capullo?

lunes, 27 de abril de 2020

EL SOL NUESTRO DE CADA DÍA


En casa, el sol de por la mañana
revela la pelusa omnipresente.
En la calle, la sombra es clara y estirada;
los colores, con la luz oblicua,
se lavan a ritmo del contraste.
Es el preludio, andante,
de una nueva sinfonía.
A mediodía, la sordera es uniforme
y cuando el sol declina,
repite con un adagio,
y se esconde


lunes, 20 de abril de 2020

ABRIL DESDE LA VENTANA



Mi gato se está lavando
a los pies de la ventana;
no deja para mañana
lo que hace de vez en cuando

Yo tengo una bici estática.
Me afano pedaleando.
Mi gato me está observando
con su mirada enigmática

Mi gato vive de gorra
en su cárcel de hojalata;
todo el día en la mazmorra
por la que asoma, la pata

El gato que me acompaña,
ve la lluvia, y no le cala;
el frío que no le corta;
el viento que no le roza
mirando por la ventana

Lluvia que no nos mojas.
Árboles multicolores
de impermanentes flores:
es abril, entre otras cosas



martes, 7 de abril de 2020

FANDANGOS



De un reloj Isabelino
solo queda la apariencia.
En su funesto destino,
se rompió por el camino
de Linares a Valencia

Mal presagio tuvo el viaje.
Mis padres y sus trece hijos,
pagaron caro el peaje,
que dio comienzo al linaje,
con aquellos amasijos

De alabastro era la esfera;
las horas de porcelana.
Solo queda la madera
que de ninguna manera
a la carcoma le gana

Colgado de una alcayata,
de su presencia mamé
la historia que se relata:
le acompaña en la sonata,
lágrimas de gotelé


sábado, 4 de abril de 2020

DURMIENDO


El péndulo oscila constante,
y el áncora del momento,
alterna su movimiento
en tic tac, en vivo y muerto

viernes, 3 de abril de 2020

SAYEN


Una flor con cuatro pétalos.
Una mina de ternura.
Un cofre sin cerradura
en un campo de cerezos

jueves, 19 de marzo de 2020

CUARENTENA Y UN DÍA


La ciudad está tomada por la afonía del recelo.
Un sin techo saca a las palomas a picotear:
por ti, por mí y por todos los demás

domingo, 15 de marzo de 2020

¿EN SERIO?


Se propaga la estupidez
más rápido que el corona
¿A qué viene tanto papel
si el culo no sabe leer?
¿Ah, que está en blanco? Perdona

martes, 10 de marzo de 2020

ILLUMINATIO (El momento presente)


Buen hombre,
póngame un cuarto y mitad de tiempo,
me he quedado corto.
No vendo el tiempo, lo presto.
¿Con qué interés lo devuelvo?
Con el mismo que le pusiste en perderlo.
Ah, buen hombre,
ya comprendo

domingo, 19 de enero de 2020

A LA VIDA (Por si acaso)



Ya voy para los setenta.
Con el paso de los años,
va amainando la tormenta
y en el polvo que se asienta,
reposan mis desengaños.

No fueron muchos ni menos
de los que me mereciera.
Tan decentes como obscenos,
son míos, no son ajenos:
son, como los de cualquiera

Perdona mi estupidez
porque he vivido asustado.
El miedo, con la vejez,
pesa; empero, con cada hez
me siento más aliviado

No me canso de aprenderte.
En este negocio gano
porque el saber me hace fuerte,
evocar y me divierte,
y por ende, me hace humano

Voy bajando la escalera.
Ya estoy en el entresuelo.
Cuando ponga un pie en la acera,
tomaré la delantera
sin pena ni desconsuelo

Abrazo la piel fruncida
del viejo y cálido olivo.
El bien nacido no olvida:
la tierra, si nos dio vida,
será por algún motivo

Me llama Plutón y remo
en los pétalos de un loto
que brota del mismo cieno,
y aunque sea en un extremo,
quedará bien en la foto