jueves, 31 de marzo de 2022

La plancha

       Ese día, estuve presente, por casualidad, en una de tantas. Pasaba por allí y me dije: voy a ver a Vicente, y lo vi. 

Estaba en la puerta de su taller tomando aire fresco sin los aditivos derivados de su trabajo como restaurador, los cuales, bien se podían apreciar, sobre su bata blanca, en forma de churretes y lamparones de barniz, decapante y nogalina, y junto a él, hierático, Big Papa Portu, un gachó que media casi dos metros y pesaría unos… 120 kilos, más o menos, de los que una arroba era de vino, ¡Me maten!.

Nos pusimos a hablar de cosas trascendentes. Recuerdo que una de ellas era si el próximo domingo llovería o no, en tanto que los tres, éramos vendedores, con ambulancia, en el rastro. 

A todo esto, se nos acercó una mujer de baja estatura y alta edad media y se fue directa a Vicente: “¿El Doctor Carcoma, supongo?” Le preguntó. Si, si, supone bien. Dígame, le contestó, Vicente, ilusionado, y ambos se pasaron para adentro y estuvieron hablando; pero no por mucho tiempo. 

Después, la señora se marchó, visiblemente disgustada, y arrojó al suelo un papel que previamente había estrujado con la mano. Tras ella, salió Vicente, que se había quedado de piedra, y nos contó el propósito que indujo a la señora a visitarlo, que no fue otro, sino el de querer dar un escarmiento a un familiar que les hacía la vida un yogur, a ella y a su marido: cincuenta mil pesetas estaba dispuesta a pagar por unas cuantas galletas. 

Y con esto, concluyó el relato, Vicente, a grandes rasgos, sin entrar en los detalles de la enquistada disputa familiar que, para la agraviada mujer, justificaban lo de tomarse la justicia con la mano. ¿Y tú que le has dicho? Le pregunté y él me respondió: “Que por ese dinero podría tentar hasta al cura de su pueblo”. Claro, tú restauras lo roto, le dije; aunque sospecho que todo esto le sonaba a merienda o ensalada. Más que nada, por lo alma cántaro de su carácter. 

Al irme, me picó la curiosidad y recogí del suelo el papel que había tirado la abochornada señora. Lo desarrugué y decía: “Doctor Carcoma: un Mengele para los xilófagos”. Dirección, tal y tal y teléfono, tal, etcétera. 

Estaba claro, entonces: rastro… Mengele… xilófago o saxofonista, daba igual: “Por un perro que maté…”.

domingo, 13 de marzo de 2022

La máquina de retratar de mi padre

Tenía la funda de cuero.

Mi padre compró una máquina de retratar:

La Werlisa (o el Rolex del obrero).

En el centro, un cristal y un agujero

que apretando un botón, hacía “chac”…


…y caía la guillotina.

Cortaba cabezas, piernas y brazos,

su visor, con error de paralaje, 

y nosotros, íntegros en el paisaje

de un pueblo en domingo