viernes, 16 de julio de 2010

TESTAMENTO

Por si acaso y para mi mal, me atacase un accidente cerebro-vascular de esos que no te dejan ni siquiera la suficiente movilidad como para limpiarte el culo como Dios manda. Ni presionar un lápiz sobre el papel, o iniciar un ordenador. Ahora que puedo decir “pio” y, auspiciado por mi libre albedrío e, incluso, meneármela puedo, digo que:
Yo, sin saberlo, estaba envenenado por lecturas, músicas, películas, series y programas de televisión mientras la realidad seguía su curso, a su ritmo, pero implacable. Estando en estas, El Rastro se me apareció como la revelación que andaba buscando; pero como no podía ser de otra forma, estaba envuelta en una celada picante, tentadora, dramática. Me lo tomé como un viaje iniciático. Había que despejar incógnitas; capear intrigas, chanchullos, chismes; maquinar industrias; enfrentarse a lances, a veces como un caballero y otras como un pirulero. Cuando las bajas pasiones se removían en mi interior, la ternura y la compasión mitigaban el dolor de mi mala conciencia. El aislamiento, entre impuesto y voluntario, dio sus frutos y a la que me quise dar cuenta, no era más que un fenómeno de feria: un Friki y ya no había posibilidad de dar marcha atrás. Había invertido todo mi tiempo y energía en no sabía qué, o ¿Acaso fui siempre reo de mis contradicciones y orgullo intelectual?. . Después de amar, pecar y sufrir como cualquier otro, lo cierto es, que no me libraré de la muerte como natural desenlace; sin embargo, a pesar de ser yo mi mayor enemigo, me compensa que todo esto pueda pagarlo con el anhelo de la libertad.