Detrás de mis pensamientos,
de tristeza y pesadumbre,
hay una máscara de herrumbre
anclada en compartimentos.
Duermen los remordimientos
y la culpa los desvela.
La paz, que por ellos cela
en el cielo que oscurece,
del ego se compadece
por inepto centinela.
Un pedo somnoliento
se abre paso entre mis nalgas.
Le digo ¡A donde vas, no salgas!
Y se fue a tomar viento.
Mi cuerpo quedó contento
sin oponer resistencia,
y obviando la pestilencia,
supe que hasta el cerezo en abril
tiene su etapa senil,
pues todo es impermanencia.
Doy cates a la gramática
y, al léxico, puntapiés.
Yo digo que es japonés
con ascendencia socrática.
Me remito a la temática
de lo que tiene interés
¿Son Diógenes con quinqués
o probabilidad matemática?
Lo que el sueño a mi me quita
no es de índole comercial,
sino si he de merecer
el cargar con esta cuita,
para ganarme el jornal,
cuando se pone a llover.
No hay nadie más talentoso
que, quien con la cabeza fría,
separa y escruta a la fantasía
porque el ego es sospechoso.
Puesto que, nada
me fue ni es
indiferente,
en este diario,
verso tras verso
y de Este a Oeste,
descargo el peso
de mi existencia.
Con atención plena, cualquier cosa
puede orientar el camino
a la certeza de que, a la vez,
el presente es: pasado y futuro,
espacio-tiempo, ergo impermanencia.
En este cuerpo que habito
y al que estoy tan apegado,
ya es cielo malhumorado
y de soledad tirito.
Prepárenme el finiquito.
La causa es tan evidente,
que no hace falta que cuente
do va el sol cuando declina:
la alta instancia determina,
que es despido procedente.
Mover los músculos del pensamiento
es un buen ejercicio de creatividad:
sin duda, el mejor entretenimiento.
De la dependencia nace
todo lo que hay entre el hombre y la bacteria,
el sol, el aire, el agua y la tierra.
El placer inmediato se condensa
como lo hace el vapor de agua, en cumulolimbos,
y caen chubascos de indiferencia.
Despeja los nubarrones,
del karma colectivo,
El Anticiclón de la Paciencia.
No es brillante, pero lo intenta.
Practica con los arrayanes
y un viejo mirlo que la observa,
la joven aspirante a guitarrera
cuando del conservatorio sale.
Las notas, envueltas en palosanto,
hacen más respirable al aire
que circula por el hormigón
y el anticiclón de la paciencia,
entre naturaleza y nailon.
La luz es de sereno claroscuro,
y, a la vez, noche y día;
así, ninguno de los dos moría:
instante que capturo.
El odio, el rencor,
la sed de venganza,
hieren mi confianza
sin tener forma corpórea.
La ira echa leña el fuego,
lo que hace hervir mi sangre:
cuanto más juicio y apego,
menos deja de acosarme.
Aunque me importe tres bledos,
como el mito de la Atlántida,
yo no sé física cuántica,
pero cuento con los dedos.
Son ciento setenta y un pedos
los que valieron por mil.
Todos follón de albañil
menos cinco de señorita:
por su textura exquisita,
pusieron el perejil.
La emoción revive las brasas del recuerdo
(agradable o desagradable,
dulce o amargo, pero nunca neutro)
y la conciencia es su termostato.
No hay dos envidias,
una buena y otra mala,
sino una sola
y varias perspectivas
que comparten el mismo
punto de fuga: el albedrío.
Mindfulnes
¿Quién puede permanecer seguro,
en la nave de sus convicciones,
cuando el mar de la experiencia
es proceloso, extenso, profundo
y lleno de contradicciones?.
El surco se desteje en la gramola,
va de principio a fin
y viceversa, ahora es yan, luego yin
como espiral de una ola.
El vívido recuerdo del momento
que vagaba disperso,
impregna la rebanada de un verso
y extiende el movimiento.
Repleto está el tendedero
esperando mi revancha:
me he currado con la plancha
y en mis trece persevero.
De este encono de soltero
que a la plancha ni saluda,
sale ganando la arruga;
más, mientras vaya vestido,
no me importa que, hecha un higo,
vaya luciendo una muda.
