viernes, 13 de noviembre de 2015

CUMULONIMBOS: historias garbanceras

   

    El pronóstico del tiempo era demoledor. Durante toda la semana y en todos los medios de comunicación, no hicieron otra cosa que amenazarnos con tormentas y lluvias torrenciales para el fin de semana. Lo peor que nos podría suceder, y acabamos como siempre: tomándonoslo como algo personal.    Cuando las pesadas nubes se abrieron para enseñarnos algunas estrellas, entre las que se encontraba Venus, le dije a Jorge: mira, aquella estrella que resalta sobre las demás, resulta que es el planeta Venus. Si nosotros estuviéramos en Marte, veríamos a la Tierra brillar de la misma manera.
    No es que estuviéramos contemplando el cielo desde la terraza de un bar en la bien entrada madrugada de un domingo, no. Estábamos en el Rastro, escudriñando paradas, desde muy temprano, para buscarnos la vida (ya saben, comprar barato para intentar vender algo más caro a lo largo de toda la mañana) y de cuando en cuando, mirábamos al cielo como implorándole una tregua. Mientras, el Rastro se iba poblando poco a poco, sin prisas.
    Aún faltan unas horas para que amanezca y la luz de las farolas no es suficiente para descubrir tesoros. Por este motivo usamos linternas. Son fundamentales, como también lo es, un buen cuenta hilos o una discreta lupa. Sin estos complementos, la caza podría resultar un desastre. Imagínense un buitre tuerto o constipado, o con el pico doblado, ¡no sobreviviría!. Pues a nosotros nos ocurre lo mismo. Menos mal, que con el tiempo y el conocimiento acumulado, se podría decir, que desarrollamos un sexto sentido: la intuición. Pero nuestras habilidades intuitivas comerciales, disminuyen considerablemente ante la poderosa naturaleza.
    Si lloverá o no, durante las horas de mercado, nos preocupa, pero es algo que nos supera. Frente a esto, solo sabemos actuar de dos maneras: si llueve a la hora de montar, no montamos y esperamos hasta que escampe y, si no llueve, montamos; aunque, como en esta ocasión, las probabilidades de que lloviera fueran cercanas al cien por cien; pero, para nosotros, no existe el término medio, así de simple, lo cual resulta poco sensato cuando se pone a llover. ¡Para un día a la semana que nos manifestamos cruzando la frontera de lo invisible, va y llueve!. Es lo único que se nos ocurre decir, cuando ya, si cuanto apenas, nos da tiempo a nada. Pero qué le vamos a hacer, si nos gusta apostar frente a las previsiones del tiempo que, al parecer, nos resultan pedantes. Esto es lo que se podría deducir de nuestro obstinado comportamiento; pero no es así, o ¿si?. ¿Por qué arriesgamos nuestro esfuerzo acumulado durante toda la semana, como si estuviéramos en tiempos de los fenicios, cuando, de antemano, el hombre o la mujer del tiempo, dicen, que con casi toda probabilidad, lloverá?. Porque somos arrogantes y por necedad. Sí, en este caso no me he equivocado, he querido decir necedad y no necesidad, ya que el ser pobres solo nos exime de hacer la declaración a Hacienda. Por eso, por ser como somos, un tanto presuntuosos, la lluvia no sería otra cosa que nuestra Némesis: la que acaba poniéndonos en nuestro sitio y, frente a esto, no tenemos escapatoria: es nuestro sino.
    Pero ese domingo no llovió y, si no lo hizo, pese a que estuvimos toda la mañana en vilo viendo como transitaban los poderosos cumulonimbos por el cielo, fue porque todavía resulta imposible conocer con exactitud la velocidad de las moléculas del viento, que si no... Siento no poder ser más explícito con lo de las moléculas del aire, pues ni yo mismo lo entiendo; pero si lo dicen los sabios, por algo será.
    Permanecimos instalados dejando el género únicamente protegido por conjuros y plegarias, como de costumbre. Y no pasó nada (hay quien cree que fueron escuchadas nuestras rogativas)  En esto que vino Jony Guitar a saludarme que, como su mote indica, es guiri de Inglaterra, se llama Jonatan y vende guitarras en el Rastro. Le pregunté que cómo estaba y todo eso, y él me respondió con la misma retórica. Cuando le dije, retóricamente también, que si se había atrevido a montar, me respondió que no. Cuando ya se iba, volvió la cabeza hacia mí, y dijo: "no hay cosa más triste que un día de lluvia en el Rastro". Y de ahí vino todo esto que les cuento.