jueves, 20 de julio de 2017

APUNTES DE VERANO I

    Gitanos con sus leyes y ordenanzas; gente que no ha encontrado su sitio en la sociedad, o bien, la sociedad no tiene sitio para ellos porque no los considera útiles o de fiar (según los criterios establecidos por los ideólogos del sistema) conforman el material humano con el que está compuesta la base primordial del Rastro. Por ejemplo, y sin ir más lejos, aunque esto que les voy a contar ocurrió hace más de 100 años, no por antiguo resulta menos cotidiano. En 1908, emigró a Estados Unidos, una familia rusa huyendo, el padre, de ser reclutado para ir a una guerra en la que, como carne de cañón, el ejercito del zar le tenia reservado un puesto en su enfrentamiento imperialista contra el Japón. Eran campesinos pobres, analfabetos y judíos. Esperaban que, al pisar suelo americano, los adoquines fueran de oro; pero resultó ser otra picadora de carne para él. A los judíos se les tenia prohibido trabajar en las fábricas y, lo único que le quedó a su alcance entonces fue, hacerse con un carro y una miaja de caballo, "pa buscarse la vida", recogiendo chatarra y enseres, que nadie quería, para luego venderlos por las calles de Ámsterdam (Nueva York). Tuvo 6 hijos: 5 chicas y un chico. Un día del año 1921, Herschel Danielovitch, que así se llamaba este hombre, se marcho a comprar tabaco. Más tarde, en 1988, su hijo Issur Danielovitch Demsqui, al que todos conocemos como Kirk Douglas, publicó un libro de memorias al que tituló: El Hijo del Trapero.
    Kirk Douglas, en su autobiografía, podía haber pasado de puntillas por esta etapa de su vida, al fin y al cabo, él solo tenia 5 años cuando su padre les abandonó; pero su honestidad le llevo a preguntarse ¿Qué hubiera hecho yo en las mismas circunstancias que mi padre? Y no encontró motivo suficiente como para que, por ser hijo de un trapero, tuviera que avergonzarse.
     Hoy en día, España también es tierra de oportunidades, como lo es cualquier otro país capitalista, donde la codicia es un valor y el racismo convierte al miedo en ira. Vivir con miedo o deseando poseer lo que es de otro, tiene como consecuencia, las guerras o, en el mejor de los casos, la competitividad aceptada. Competitividad y colaboración se anulan cuando se encuentran, como la materia y la antimateria, y solo queda el vacío: se necesita que sobreviva una partícula más de colaboración para crear un mundo más justo, compasivo y sostenible.
       La moraleja de todo esto es que, mientras que el tiempo es relativo, la memoria colectiva persiste como los rescoldos de un brasero a los que, con solo una ráfaga de prejuicios, se aviva el racismo latente en sus ascuas.

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