jueves, 26 de agosto de 2010

LA METEOROLOGIA Y EL RASTRO

       Se me ocurre más a menudo mirar al cielo, porque con lo que me traigo entre manos, el  pronostico del tiempo tiene la última palabra. Por mi parte, a lo más que llego al respecto es, que cuando los expertos dicen que el anticiclón de las Azores está encima de la península Ibérica, hará buen tiempo mientras dure. O que cuando la borrasca del Atlántico barre de norte a sur el territorio peninsular, lo hace a gusto, descargando agua hasta que se cansa. Pero siempre me ocurre lo mismo y acabo encomendándome a la Diosa Fortuna y como el que no quiere la cosa, le hago alguna promesa para que esté de mi parte mientras miro al cielo con la perplejidad de un analfabeto ante un texto. Entre otras cosas, lo que digo, es porque en el Rastro, la venta con ambulancia y a la intemperie va unida a las inclemencias del tiempo como el rabo al perro ( se dice así ¿no?). El calor y el frío se soportan estoica y denodadamente, pero la lluvia y el viento son determinantes. La brisa es incomoda mientras sopla sin hacerse notar demasiado y a su merced quedan los artículos más livianos. Sin embargo, cuando el viento rachea, bien en invierno o en verano, en otoño o primavera, irrita y da por culo sin descanso. Pero sobre todo es la lluvia quien tiene la última palabra, porque si hasta el ultimo animal busca refugio y en tanto que llueve no caza, sino que contempla el negro panorama con una mística somnolencia, de esta misma manera me quedo yo, mejor dicho, nos quedamos: con cara de gilipollas. La peor lluvia es la fina y pertinaz, por eso, por su constancia y cabezonería. Insiste tanto, que acaba por echarnos: aburridos. Mientras que el chaparrón o ruixad tempestuos, aunque demoledor por su traidora alevosía, me resulta menos dramático, pues acorta mi agonía, nuestra agonía.
  

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