miércoles, 1 de diciembre de 2021

La ceremonia

    Recuerdo que era domingo y, mudados y peinados, nos compramos un cigarrillo rubio, (“de a una peseta” porque era de importación) cada uno y, escondidos en un solar (a la vista de todo el mundo) nos iniciamos en la pubertad, fumando y cagando en proletaria comunión.  

El cigarrillo había que sostenerlo entre los dedos índice y medio de la mano izquierda, si lo hacías con la derecha, eso era de maricones: decían los ya iniciados. 

Cagamos dispersos por el solar, sorteando a las ortigas que crecían entre los cascotes y piedras y, al acabar, nos limpiamos el culo con las hojas de un libro. 

Aconsejados por cortesía de los iniciados, finalizamos el rito, procurando evitar el impulso de introducir la colilla en la “gandinga” porque, como consecuencia, nos saldría un grano en el culo. 

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    Hace ya casi sesenta años de aquella ceremonia iniciática y, a veces, al llevarme un Camel a los labios, percibo el aroma del comienzo del final de mi inocencia. Del resto de aquel día no me acuerdo; no creo que hiciéramos nada más memorable.

Más tarde, cuando acabé la escuela, aprendí a leer y escribir por mi cuenta y, desde entonces, nunca más le puse un ojo encima a las páginas de un libro: sino los dos de la parte superior de la cara y con respetuosa distancia.

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