jueves, 18 de noviembre de 2021

Todo por descubrir (Algoritmo)

        El reloj de pared, vintage de la década de los cuarenta, acaba de dar nueve campanadas pm., y con disciplina monástica, dejo lo que tengo entre manos y me dirijo al cuarto donde medito.

Es una habitación abigarrada donde apenas puedo extender una alfombra, de manufactura oriental, a la que pliego hasta reducirla a un metro de largo por unos cuarenta de ancho.

He encendido la luz porque es otoño y ya es de noche. Extiendo la alfombra en horizontal frente a la pared de la izquierda de la ventana, como a un metro y pico de distancia, y coloco un cojín en el suelo al borde de la alfombra, aproximadamente en el centro, y apago la luz.

Descalzo y con ropa holgada, me posiciono sobre la alfombra con los pies en línea con los hombros, la espalda recta, los brazos relajados, las rodillas ligeramente flexionadas y la pelvis hacia atrás. Permanezco así durante unos segundos, concentrado, respirando conscientemente y, a continuación, recojo simultáneamente el pie derecho unos centímetros hacia el centro, y el antebrazo izquierdo, lo llevo al pecho con el puño relajado. Repito la misma operación con el pie izquierdo y lo junto con el derecho y ambos antebrazos quedan  unidos por el puño de la mano izquierda con la palma de la mano derecha, a la altura del pecho y en paralelo al suelo. Inclino el torso con la cabeza recta mirando hacia delante, mientras expulso el aire lentamente y con esto saludo  

Me siento sobre el cojín que sobresale unos centímetros por encima de la alfombra. Con  la pierna izquierda flexionada, agarro la parte inferior con ambas manos, a la altura de los tobillos, y tiro de ella hacia atrás con relativa fuerza unas cuantas veces (este estiramiento ayuda para no lesionarse las rodillas) y luego, coloco el talón en el perineo. Repito la misma operación con la pierna contraria, y, sobre el muslo de la pierna izquierda, apoyo el empeine del pie, quedando ambas rodillas en contacto con en el suelo (sobre la alfombra) y armo la postura de medio loto. A continuación, apoyo las manos en las rodillas e inclino el torso hacia delante y hacia atrás varias veces. Después, con el dorso de las manos abiertas y apoyadas en los muslos, dirijo el torso de derecha a izquierda, con el fin de asentar bien la pelvis hacia atrás y que el coxis quede lo más levantado posible: por si se da el caso, peerme al cielo (esto último son palabras de sensei Taisen Deshimaru). Junto las palmas de ambas manos, a la altura del pecho, con los brazos horizontales, en paralelo al suelo, y saludo inclinando las manos y la cabeza hacia delante.

Lo siguiente que hago es, imitar el resto de la postura del buda: el mentón hacia atrás; el cuello y la nuca rectos; la coronilla como suspendida por un hilo invisible que tira de ella hacia el cielo; los hombros rectos; uno las manos por debajo del ombligo, con el dorso de los dedos de la mano izquierda sobre la palma de los dedos de la mano derecha y, los pulgares rectos y enfrentados en la punta, levemente unidos. Finalizo poniendo la lengua en el paladar y dirijo la mirada por encima de la nariz, con los ojos entornados, hacia un punto imaginario del suelo frente a mi como a un metro de distancia. Comienzo. 

Toda mi atención recae sobre la postura, en cuanto a, concentrarme para mantenerla mientras visualizo mi respiración serena y profunda. Inspiro lentamente por la nariz, y el diafragma progresa hacia bajo y los pulmones se expanden; expiro, y el diafragma empuja hacia arriba la base de mis pulmones y expulsa el aire lentamente (bien por la nariz o por la boca). Con cada respiración, repito: inspirando tranquilizo mi cuerpo, expirando sonrío, y dirijo hacia arriba la comisura de los labios.

Y esto es todo lo que tendría que hacer: concentrarme en la postura y la respiración. Pero, la mente no descansa y, al poco de iniciar la sesión, como las neuronas siguen produciendo sinapsis que van unidas a diferentes emociones agradables, desagradables, o bien, neutras, me aferro a los pensamientos y a la que me quiero dar cuenta, mi postura se ha descompuesto: los ojos se me han cerrado; el mentón se ha ido hacia arriba; el cuello se ha relajado; la espalda se ha encorvado y los hombros encogidos; una rodilla que se despega del suelo; los pulgares que apuntan hacia arriba o hacia bajo dependiendo de la euforia o depresión que el pensamiento me provoca. Permanezco en esta ensoñación, por no sé por cuanto tiempo hasta que me doy cuenta, y entonces, con las mismas, me recompongo y vuelvo a concentrarme, únicamente, en la postura y la respiración sin espíritu de provecho.

Y así, hasta no sé cuantas veces sucede esto de desconcentrarme y volver a concentrarme durante los veinte minutos que practico cada día. 


                                                ******


Este método de respiración lenta, profunda y consciente, respirando con el diafragma hinchando y deshinchando el abdomen y sintiendo como el aire entra y sale a través de las fosas nasales, aumenta la capacidad de los pulmones (frente al hábito arraigado de respirar solo con la parte superior) y hace que la sangre llegue más oxigenada al cerebro, con lo que se puede observar, con más calma, las emociones y pensamientos que constantemente produce nuestra mente. 

Luego está el libre albedrío de cada uno para aferrarse a lo que resulte agradable y rechazar lo que no nos gusta. O puedes optar por el término medio de no aferrarte a nada y dejarlos pasar sin apego ninguno. Ni montaña ni valle: los pulgares son como el piloto que se enciende y me alerta durante la meditación. 

La constancia me ha llevado a adquirir el hábito, no sin esfuerzo, de intentar permanecer en el instante presente, respirando profundamente cada vez que alguna emoción (positiva o negativa) altera mi ánimo. No es una pastilla milagrosa, pero me sirve para identificar mis estados mentales y me trae a colación la tradición  japonesa de celebrar, cada mes de abril, la floración de los cerezos que dura solo unos pocos días: preciosa metáfora de la impermanencia 


                                               ******


Y aquí lo dejo porque no tengo ninguna autoridad intelectual para continuar profundizando en el budismo, ya que es, no tanto una religión sino más bien, un método filosófico y psicológico para comprender la realidad y penetrar en los entresijos de la mente: y esto es algo muy serio. Por eso me abstengo y únicamente hago hincapié en la postura, que si se practica con concentración, esfuerzo y constancia, se obtienen resultados cuantificables en la percepción del yo. 

Todo lo que salga por mi boca, al respecto de las enseñanzas budistas, podría pareceros como si yo estuviera abducido por una secta, ya que soy autodidacta en la materia y, por ende, el camino que he recorrido, hasta la fecha, está salpicado de lagunas. Por eso, lo recomendable, para el que esté interesado es, introducirse bajo la dirección de un maestr@ y en el entorno apropiado. 

Ahora bien, en lo que a mí respecta, llevo más de veinte cinco años practicando meditación zazen, (después de que un amigo, practicante, me enseñara la postura correcta y la compartiera conmigo) y os digo: que no me canso, oye; que cada día está todo por descubrir. 

No hay comentarios: