No pierdo de vista el rostro del miedo,
a lo mejor tiene que decirme algo
y en vez de sulfurarme o huir, me calmo.
Los leones resbalan en el asfalto.
Al contrario, los ogros y fantasmas
me persiguen y atrapan en la bruma
del inconsciente. Allí, el ego no manda.
Deja la nave a la deriva y salta
sobre una balsa, flotando con engaños
en el agitado mar del pasado.
En la orilla, una figura menuda,
mira el mar y, serena escucha, cómo
sopla el viento andante y, el “Mi menor”,
camina respirando moderato
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