¿Qué maestro, en tu tirante cabellera,
puso otrora sus dedos?
Yo lejos, muy lejos de sentir celos,
gozo con que tañera
y guardase su tacto en un joyero:
de Dalbergia su aroma
-que es puro acero para la carcoma-
y ahora, soy tu heredero.
Me sobra cama y en ella cabe tanto,
tu estuche acartonado,
como quien duerme dentro aletargado:
la pícea y el palosanto.
Contubernio entre cartón y madera:
¿Fue acaso el destino o,
nostalgia del género femenino
que con tu forma yaciera?
A veces tengo un sueño recurrente:
cuelgas de una alcayata
y, de pronto, se escucha una sonata
de auxilio persistente.
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