Para evitar jerarquizaros,
injustamente, adjudicando
preferencias inexistentes
en las llanuras del “ser”,
omito vuestros nombres,
superando, así, las escarpadas
fronteras del idioma, el enfado,
la concupiscencia de la envidia…
Con la sincera presencia
de una amistad entrelazada,
adjunto un fuerte abrazo
con el músculo que aún me late.
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