Escarbando en mi cabeza,
entre el paladar y el pelo,
me doy cuenta del anzuelo
que me tragué por torpeza.
Ahora tengo la certeza,
que de haberlo sabido antes,
los pensamientos errantes
nunca me hubieran desviado
hacia el futuro y pasado:
a sus dominios flotantes.
No hay cambio sin ser valiente;
vamos a llevarnos bien
que entre el infierno y el edén
se transita suavemente.
Cada instante del presente,
con darse cuenta, es prodigio,
pero si busco prestigio
sé que en todo acontecer,
no hay sitio donde esconder,
su extremo lúgubre, estigio.
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