Hasta el sol que nos da la vida, mata
(y la tierra, el aire, el agua);
pero no es un homicidio premeditado,
en todo caso, imprudente
en la infinita dimensión del universo
(y para muchos, su fe quebranta);
en tanto que, a dos palmos de nuestras narices,
con miles de inocentes, pasa lo que pasa,
y no pasa nada, porque somos cómplices con nuestros deseos.
Los que aprietan el gatillo o toman decisiones por ti y por mí,
no son otra cosa, que el brazo ejecutor: un asesino a sueldo
sin nada personal que lo motive
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