Bien, El Rastro no es el Ágora de Atenas;
pero algo debe pasar allí adentro
para convertirse en punto de encuentro
sin querer y sin pretenderlo apenas.
¿Qué nos hace repetir la experiencia,
con tanto ahínco, domingo a domingo?
¿acaso es como si te tocara el bingo
o de un lejano pariente una herencia?.
Es adictiva su rutina intensa.
Lo mejor es andar con pies de plomo
o hacerlo con el recelo de un sordo.
El Rastro tiene mono y recompensa:
que en todo caso no debe ser, como
si te chafan la uña del dedo gordo
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