Olmos, sois viejos mirones
al borde de mi ventana.
Ojos verdes y marrones,
con mis lágrimas, gorriones,
se bañan cada mañana.
A años luz de tu mejilla,
rozándote, pasó un beso.
Tú estabas en la otra orilla
tendiendo nuestra ropilla
al confín del universo.
Queridos padres y hermanos,
nuestro amor, junto a la lumbre
del pasado, no añoramos,
fueron tantos kilogramos
de culpa, de pesadumbre.
Domingo, séptimo día
de la semana pasada.
Por un instante, me creía
oír la voz que nos decía,
no sé qué, pero cansada.
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