Un niño triste lloraba.
Nadie escuchó su lamento.
De mayor lloró por dentro
mientras por fuera rabiaba,
pidiendo auxilio en el pozo
de la desconfianza mísera
y la arrogancia pordiosera,
en un continuo sollozo.
Las palomas desde el borde,
con el guano calentaban
y hasta el cuello lo llenaban
de mierda inmisericorde.
Desde lo profundo, el eco
palidece en el camino;
su voz la apaga con vino
mojando el corazón seco
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