Si tienes un accidente
cuando es de noche,
no hay claro de luna,
y caminas por el arcén
sin chaleco reflectante,
la soledad puede atropellarte
sin contemplación alguna.
Fíjate en los ojos
de quien venga a auxiliarte.
Si tiene las pupilas dilatadas,
es tan buen samaritano
como el que tiende la mano
y después te rompe
“los siete pliegues del ano”.
Todos somos herederos
de los réditos indivisos
del viejo capital humano.
Cultura y civilización
es lo que queda a repartir,
incluyendo, por descontado,
las tribulaciones
de cuando fuimos monos
sin taparrabos.
Entre cárcel y hospital
no se resuelve el arcano
“de vivir como animal
o morir como ser humano”.
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