De pronto te cae un rayo
y prende el fuego en la adolescencia.
Empina la cresta el gallo
y en la vejez no pierde ardor, sino frecuencia.
El músico nunca deja
de acariciar su instrumento;
solo o en acompañamiento,
como puede, se maneja.
Por su boca, ni una queja,
le sobra imaginación:
sabe que, a Tutankamón,
se la vendaron apriesa,
mil años la tuvo tiesa;
pero dentro en un cajón.
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