Vuelo sobre un mar de olivos
en un recuerdo impalpable.
Con un clima soportable,
desnudo, sin paliativos
ni algoritmos punitivos,
sigo la huella de mi infancia.
Me agita su resonancia
¿Por qué llora esa criatura?
Me da vértigo la altura
pese a no tener sustancia.
A la esperanza, ya inerte,
acerca el mar a la orilla.
El vaivén de su ropilla
hace que mi alma despierte.
Lo que en crimen se convierte,
sobre las costas cristianas,
son las miserias humanas
que dan ¿fe de caridad?
Por mera curiosidad:
“¿Por quien doblan las campanas?”
“Están doblando por ti…”
…por mí, por él y por todos.
El mar no tiene recodos,
-como algunos ni vergüenza- y,
flota como un maniquí
al que guía la corriente.
Cuando llega al continente
sólo le espera un cajón,
por color o religión:
siempre el Sur o Medio Oriente.
El mar no es un cazador.
No es un asesino a sueldo
aunque pueda parecerlo
cuando mata a un ruiseñor.
No perdona ni un error,
y es cierto, ahí están los datos,
pero ¿Son asesinatos?
Sí, cuando los responsables
creen que hay vidas desechables
por no calzar sus zapatos.
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