El mar que tengo tan cerca,
a un trasbordo de autobús,
me da pereza visitarlo,
y, de ahí, a la indiferencia,
-ceguera del alma-
sólo hay un paso.
Pero ayer tuve un motivo
al que no dejé pasar de largo.
Fui a Ballesol, La Patacona,
al reencuentro de un amigo;
mejor dicho, dos:
uno, estaba sereno,
soplaba viento de Poniente
inflando velas latinas;
y, el otro, sujetaba al sol
con un hilo de esperanza:
peinaban la mar tranquila,
las maderas de un velero
reflejado en sus pupilas.
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