Solo hice “asina”: levanté la tapa
con una mano, y la otra, entre verdura
y pañales, palpó la dentadura.
¡Que asco! Pues pegada a modo de lapa,
le sonreía al pañal y a la zurrapa;
pero a mí, fue el oro y su calentura,
el que, en serio, me la puso más dura
que a Príapo, o la fíbula de su capa.
Confieso que despertó mi libido,
tanto o más que la codicia, el tesoro
de ser sobresaliente en la conquista
de joven moza. En este caso, traído,
el que fuera una muela y un diente de oro,
no resta nada, a mi ánimo machista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario