Un árbol crece centímetro a centímetro y,
con la misma cadencia, prolonga su sombra;
pero, por mal acostumbrados, no lo vemos
hasta que no se manifiesta el provecho.
Así, tal que el árbol, el niño se hace mayor,
minuto a minuto, pero menor su resistencia
al sufrimiento que, ineludiblemente, le espera,
como consecuencia del deseo y el apego
en un piélago de ausencia de atención plena.
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