La soledad no tiene forma ni masa,
y, aunque su presencia no es sólida,
resulta cautivadora a la vez que salvaje.
Si la busco, cuando la encuentro,
no deja de ser un acto egoísta
con el que procuro controlar,
en mí propio beneficio,
los estímulos que me rodean;
sacrifico la compañía humana
y me conecto al wifi de mi gato.
En cambio, si me encuentra y no la busco,
es como estar dentro de un taxi, en un túnel,
en medio de un atasco, con el dinero justo
y el teléfono sin cobertura;
y, para postre: el chófer es facha, yo de izquierdas
y afuera hace frío y está jarreando.
En fin, es la experiencia, ambivalente, de un concepto
que he de practicar mucho para dominarlo.
Por lo pronto, cuando la tengo enfrente,
hago lo mismo que cuando me preparo un bocadillo de atún:
la voy desmenuzando, poco a poco hasta… entenderla.
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