Con respeto, la gravead te invita
a que descargues en el andador
la madurez de la carne
cuando todavía no es polvo ni ceniza,
bella y buena mujer consecutiva.
Primero, fuiste súbdita
de piel tersa en el reino del deseo;
y, ahora, ciudadana en la república
democrática de la arruga;
pero a mis ojos no escapa
el reflejo de la ternura.
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