Los adoquines de mi calle
son de arenisca gris.
Cansados de durar,
se quieren ir.
Como si dijéramos, escapar
de la angostura.
Unos asoman, de medio cuerpo a tres
cuartos,
y otros, en cuña,
como los dientes de una descuidada
dentadura.
La escarpada calle me desanima.
Yo vivo arriba
y anhelo ser poeta
porque no puedo jugar a la pelota.
A ratos y a escondidas,
me fumo un “Bisonte”
y me entrego a la molicie
sentado en el bordillo rodeno de la
acera.
Mi madre se da cuenta, y dice,
que las mato callando.
La culpa se me atraganta
y vomito sobre mi karma,
la ignorancia,
hasta que la verdad,
la belleza y la bondad
sean como el agua
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