A través de sus miles de ventanas,
El Polígono, desde el suroeste,
mira hacia el norte con ojos de rabia,
y lo primero que ve es la frontera.
No es un muro. No hay alambre espinoso
que sirva de remate a esta vergüenza.
La frontera es una avenida angosta
que corta el flujo a vientos favorables.
La Plata sustantiva a la frontera
como un eufemismo artero y cobarde
que esconde el horror a lo inaccesible.
Un reproche golpea la conciencia
del polígono: a sus damas les faltó
paciencia y ahora la velan tras el luto
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