Fue mi deseo temprano,
una semilla durmiente,
hasta que, por insistente,
al filo, ya casi anciano,
yo, Alberto Maeso Manzano,
presento mi autorretrato
-si os parece un garabato,
podéis creedme que lo entiendo-:
de tres cuartos y sonriendo;
en el regazo, mi gato;
visto bata de franela
-de patrimonio materno
propicia para el invierno
y que tanto me consuela-;
pan y vino… y mortadela
en escorzo con la mesa;
colgada en la pared, esa
forma de curvas y boca:
-conmigo se hace la loca-
mi guitarra, mi princesa.
No es menor un sentimiento
por ser naif, friki, bizarro…
Olvidaos de lo que narro
que donde pongo el acento,
no es tanto en lo que aparento
como en aquellos lugares
cuando volé de Linares
y aterricé en el infierno,
sin medida, sin gobierno
de las moscas en los bares.
Aún estoy en deuda, sin duda.
Una vuelta más de tuerca,
el horizonte se acerca
y el ocaso me saluda.
¿Qué hago, preparo una muda?
¡Jajajaja, qué gracioso!
Pero… ¡Si es que aún soy un moroso!
Me empeño en sacarle punta,
con retórica pregunta,
mas, el retiro es forzoso.