En mi caso, yo no sabía qué hacer porque no iba camino de ninguna Arcadia, sino que, estaba dentro de uno de los váteres ambulantes del Rastro de Valencia y si me descuido un poco más, de irme, me hubiera ido de vareta del todo.
Resulta que, me estaba meando vivo, a punto de reventar, y enfilé camino de los servicios. Cuanto más me iba acercando al váter, más incontinente estaba mi vejiga. Por suerte, no tuve que hacer cola porque no era domingo sino un día festivo. Me desabroché la bragueta (digo esto porque eran unos Levis Straus, cuyo homo antecésor, era de mi talla) apremiado por el dolor de la vejiga y, al apretar, resultó que, el primer esfínter que se soltó fue el del bullate. Me quedé paralizado de medio cuerpo para bajo y, del otro medio, donde se incluía la cabeza, boquiabierto. El dolor de la vejiga era insoportable pero, si soltaba el esfínter de la uretra, su colega, el del “ya me entienden”, por simpatía también lo haría. Algo me decía que así iba a suceder; pero yo no estaba preparado para la ocasión que, de normal, hubiera resultado cuasi orgásmica ¿O no es verdad?.
Yo, continuaba de pie y como pude hice una maniobra de disuasión (que me copié de las negociaciones sobre la paz en Vietnam); es decir, que mientras sujetaba un esfínter, soltaba el otro intentando poner orden y disciplina y dejar claro que el que mandaba era yo; pero la verdad sea dicha, la sensación que tenía era la de que mandaba poco. En medio de los aprietos, di por perdida la batalla y me entregué a mi destino: ¡Qué remedio, la cosa ya estaba hecha!.
Cuando en casa me picó la curiosidad por leer el prospecto de la medicina que estaba tomando como tratamiento para no sé qué tecla, ya fue demasiado tarde, y entonces, me dio por reír.
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