Para Blas, el auténtico, aunque esté por duplicado
Le cuelgan los pellejos del pescuezo
y, desde la barbilla hasta la frente,
una gran arruga, multiplicada,
le invade el rostro donde desemboca
su escueto, breve y consumido cuerpo.
Cualquiera diría que es un prudente
anciano o la momia de Tutancamon.
Pero no, así es Blas, príncipe y lacayo.
Hombre-Rastro que se fuma los puros
de otros que ya nunca podrán hacerlo,
y se perfuma con vino suicida,
sin tregua ni medida. Él solo sabe
que nadie tiene el por qué saber nada:
intuye a donde irá directamente
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