Me dispuse a componer un soneto.
Me salió cada cuarteto de un padre.
La cadencia de ritmo y rima ¡ay madre!,
de fallos estructurales repleto,
y, perdiéndole al canon el respeto,
me dijo Garcilaso, mi compadre:
que en vez de declamar, el poeta ladre:
¡Que si no sé torear (pa) que me meto!.
Los tercetos, ni a Lope, ni a Quevedo,
Cervantes, les fueron irreverentes.
¡Menos mal! Tuve un acierto. Contento
de esto, mas, en cuanto a lo que transgredo,
acepto reproches correspondientes
a la atención que presto y a mi talento.