Si la sangre circula por el cuerpo;
la mierda rueda por los intestinos
y no en los capilares del cerebro;
no hacen falta galenos ni adivinos
para saber si uno está vivo o muerto
Si la sangre circula por el cuerpo;
la mierda rueda por los intestinos
y no en los capilares del cerebro;
no hacen falta galenos ni adivinos
para saber si uno está vivo o muerto
DESDE LA SECCIÓN DE PERFUMERÍA
DECLARACIÓN JURADA
Por L’home rastre
Yo, JMA, de setenta y cinco años; de profesión, maestro ebanista que, después de jubilarme, fui a parar al Rastro de Valencia, juro, y que me muera si es mentira: que mi mujer, pulimentadora a muñequilla, y yo, en los dos por dos metros que teníamos asignados para ejercer la venta en Mestalla, siempre respetamos el horario de montaje, de siete a nueve, y nunca nos deslizamos ni un centímetro, a derecha e izquierda ni adelante ni atrás, porque a la hora de adquirir muebles para restaurar, constantemente, teníamos en cuenta, por un lado, nuestras habilidades adquiridas en los muchos años de oficio; y por otro, los medios de transporte y el espacio claramente delimitado con pintura verde, para la venta. Que la mucha estulticia y obscenidad que nos rodeaba nos superó y, al cabo de una década, nos escupió como lo hace un banco de piedra al rato de estar sentado en él; y que total, ya puestos, y para lo que nos queda de estar en el convento, afirmo y rubrico que, sin educación y respeto por las normas de convivencia, El Rastro de Valencia, “No es País para Viejos”.
En Valencia, Abril de 2009
DESDE LA SECCIÓN DE PERFUMERÍA
Por L'home rastre
Era coleccionista de gangas y cazador de incautos y vivía solo en un piso del Ensanche, a sus anchas: su mujer se fue a comprar tabaco y, su hijo, a estudiar ciencias ocultas (pero primero, tendría que encontrarlas). Cuando se jubiló, se compró un perro, ni muy grande ni muy pequeño, lo justo para no tener que recoger los excrementos con una pala o que pudiera tragárselo un sumidero. Con este precedente, elaboró un plan: ya tenía un perro, le añadió una gorra, ropa de andar por casa… Ah! y un bastón, que le haría las veces de gancho, por el extremo que se acopla a la mano, completaban las herramientas para el “modus operandi” que le proporcionaría seguridad para sus operaciones de comando: asaltar contenedores de basura con nocturnidad. El móvil, no era otro que, la envidia que le producía, cuando visitaba El Rastro de Valencia, de madrugada, al ver cómo unos infelices y analfabetos, eran los primeros en encontrar el tesoro y él, ya era, como mínimo, de segundo plato.
Y como lo pensó lo hizo. La primera noche, salió a pasear al perro con las armas y el camuflaje, ad hoc, (parecía un “ninja” en technicolor) atacando al objetivo por los flancos, me explico: mientras que el perro le meaba la rueda al coche del vecino, él, tanteaba, con la punta del bastón (para despistar al enemigo que atrafagado caminaba por la acera) las bolsas de basura que la gente dejaba a ambos lados del contenedor. Así estuvo haciéndolo durante un mes. Como no tenía práctica, no acertaba ni una y, lo que es peor, veía cómo los profesionales, “del contenedor al consumidor”, hurgaban dentro de las bolsas que él descartaba y cómo afloraba el tesoro. Esto le enfureció y, aprovechando sus conocimientos en historia del arte, se acordó de las performances de Risto (el tío que le dio por envolver con lona y sogas lo que todos conocemos, y se ganaba la vida muy bien con esto) y le vino una idea a la cabeza.
Dejó el bastón en casa (porque tirar, no tiraba nada) y el perro, se lo encasquetó a una prima solterona, y decidió presentar batalla de frente; o sea, levantando la tapa del contenedor, directamente, y palpando una por una, cada bolsa con las manos. Descartaba las flácidas en las que enseguida notaba el arroz y las clóchinas de la paella del domingo o las lentejas de los lunes, etcétera, y seleccionaba las que tenían aristas o cualquier forma geométrica, para abrirlas. Con esta táctica, las probabilidades de encontrar una limpieza jugosa, aumentaban, y disminuía el tiempo que invertía en la batida; en pocas palabras, se convirtió en un profesional; pero no “del contenedor al consumidor” sino “del contenedor al ascensor”.
Cada noche, subía a su casa con dos o tres bolsas, a las que solo él, al contenido, le asignaba un valor de cambio con plena convicción. Acumuló tanto, que desaparecieron los muebles de todas las habitaciones bajo las montañas de bolsas; solo quedaban pequeños valles, por los que transitaba, desde la entrada de la casa hasta el váter y a un trozo de cama, en la que cada noche, se acurrucaba hecho un ovillo; pero no dormía, en cambio, soñaba con que sus tesoros se les escapaban como el agua entre los dedos.
Murió y nadie pudo hacerse cargo de la herencia: su ex-mujer, de la que no estaba divorciado, había dejado de fumar hacia unos años; y su hijo, buscando las ciencias ocultas, se ahogo en un cenote de la península del Yucatán. Solo, el Museo de Arte Contemporáneo, mostró algo de interés, por su contribución, a la “Poesía Fáctica”.
Mercurio persigue a Venus
por el cielo opaco;
y yo, apago la tele
y me divierto un rato
No se puede hacer una valoración objetiva de la nueva ubicación de El Rastro de Valencia, en la medida que no alcancemos la normalidad plena en nuestras vidas cotidianas. Entre tanto, diré que, en la nueva ubicación falta algo, sí, y son: todos los vendedores sin licencia, que usurpaban más de la mitad del espacio, en el anterior emplazamiento de Mestalla.
El asalto de estos vendedores sin licencia, no ocurrió de la noche a la mañana, sino que, paulatinamente, se fueron incorporando por el procedimiento del “efecto llamada”. No fue tanto la falta de control y desidia burocrática para renovar y conceder nuevas licencias de venta, como la visión trasnochada que se tenía, en la administración anterior, de un mercado como El Rastro, lo que dio pábulo para que estos vendedores, camparan a sus anchas.
Así fue siempre el Rastro que conozco (en los diferentes emplazamientos que ha tenido) desde 1988, año en el que se intentó regular el mercado y se concedieron las primeras licencias, dentro de la nueva etapa democrática. Pero como he dicho antes, la visión que se tenía y que aún hoy persiste en la conciencia colectiva de funcionarios* y parte del público, en resumidas cuentas, es algo así como que: “si estáis aquí, será por algo”. Sin ningún tipo de distinción entre vendedores autorizados y no autorizados*. Como si se diera por sentado que, todo aquel que acaba vendiendo en El Rastro, es porque tiene que pagar alguna penitencia por los pecados cometidos en otra vida, y no lo miren desde el punto de vista de la justicia social; de la igualdad de oportunidades para abrirse paso en la vida: un tema que es mucho más complicado de atajar y para el que se necesita voluntad política y, hasta ahora, no se había tenido.
Y en cuanto al nuevo horario, que a muchos les ha pillado con el pie cambiado, tengo que recordarles que, cuando estuvimos en el aparcamiento de la calle Quevedo (lo que hoy es El MUVIN) desde el año 93 hasta el 97, del siglo pasado, el horario era el mismo que ahora se aplica porque era un recinto cerrado: de 7 a 9, montaje, y de 9 a 14 horas, venta al público. La única explicación que se me ocurre para que haya tanta fijación por este motivo es, la de que, los agraviados/as, o bien, pertenecen a otra generación y no habían nacido entonces; eran muy pequeños/as o, si eran lo suficientemente maduros/as, quizá estén padeciendo alguna enfermedad degenerativa del cerebro, que les impide recordar. Pero más bien creo que, en resumen, es lo primero que he expuesto aquí, lo que más les ha descompuesto.
Notas.
*“Conciencia colectiva de funcionarios”: me refiero a un virus que les ataca solo los domingos cuando van a trabajar y sufren pérdida de visión y movilidad transitoria.
*“Vendedores no autorizados”: carecen de licencia de venta y compiten en igualdad de condiciones con los que sí la tienen; o sea, que son legales e ilegales a la vez (a mi, no me digan nada porque yo tampoco lo comprendo: debe de ser una paradoja cuántica).